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Relato: La Invitada Inesperada.

Iniciado por VIRIATO, 02 nov 2012, 21:08

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VIRIATO

Buenas, pues creo que este relato va muy bien con estas fechas, espero que os guste.

La Invitada Inesperada

   
     Ser Argyll, un caballero de mediana edad, marchaba sobre su montura, detrás de él lo hacía el joven Ser Marcell, que montaba también sobre un corcel bretoniano, mientras tiraba de una mula que portaba las armaduras e impedimentas de ambos. Los dos caballeros vestían sus coloridas sobrevestes, sobre sus grises y  apagadas cotas de mallas.

     Sin duda alguna  la situación era más grave de lo que contaban los informes sobre la epidemia. Cuanto más  se internaban al sur de aquellas  tierras desoladas, impregnadas de olores insanos de pantanos y aguas estancadas, más eran los grupos de refugiados que se cruzaban por el camino embarrado. Su aspecto era andrajoso, en muchos casos parecían meros cadáveres andantes, miembros de una oscura procesión que pasaban como almas en pena junto a los caballeros. Familias enteras llevaban con ellos carros cargados con todas las pertenencias acumuladas de una miserable vida de campesino. Huían de la epidemia que se estaba extendiendo violentamente por la región, sembrándola de muerte. Algunos de aquellos desheredados con los que se cruzaban alentaban a los caballeros para que volviesen, unos pocos se atrevían a pedirles ayuda o un mendrugo de pan, pero la mayoría se limitaba a saludarlos en silencio, inclinando sus cabezas servilmente, como lo habían hecho toda su vida.

     Una mujer con el pelo largo y lacio del color del acero, vestida con un hábito blanco,  salpicado de barro y, con el símbolo de un pájaro bordado en oro, les gritó alzando su báculo cuando pasaron a su lado.

   -Volved nobles caballeros, estas tierras están perdidas ¡Malditas! El mal se ha apoderado de ellas, los muertos vuelven a caminar entre los vivos, volved sino queréis engrosar sus filas.

     El joven Ser Marcell, contesto con la imprudencia propia de la juventud, mientras se agarraba un colgante con el símbolo del grial.

   -No os preocupéis por nosotros, noble señora -dijo con sorna -nos encomendaremos a la Dama.

     Justo en ese momento, una paloma paso volando por encima de sus cabezas, en la misma dirección en la que marchaban los refugiados.

   -Ni vuestra Dama puede hacer nada ¡mirad el augurio! –Dijo la sacerdotisa Shallyana mientras señalaba a la paloma- Shallya la sanadora  abandona estas tierras a las oscuras fuerzas del caos, serán castigadas por siglos de corrupción ¡Volved al norte antes de que sea tarde, no hay esperanzas para estas tierras!

     A ser Argyll le desagradaban los frecuentes impulsos de arrogancia que solía mostrar su joven acompañante y le dirigió una severa mirada de reprimenda, contestada por Ser Marcell mientras se encogía de hombros.

   -Cuando hay una epidemia, crece entre el campesinado las creencias en las leyendas y las supersticiones.

     La sacerdotisa Shallyana siguió gritando hasta que se perdió de vista.

     Siguieron caminando un largo trecho hasta que casi sin darse cuenta dejaron de cruzarse con refugiados. Una misteriosa y lujosa diligencia negra, custodiada por dos siniestros hombres, que era  tirada por cuatro bueyes, fue lo último que se encontraron. Cuando pasaron a su altura, una cortina se descorrió de una de sus ventanas   asomando el  rostro de una Dama de belleza sobrenatural, que los saludo con una seductora sonrisa.

   Con las primeras luces crepusculares de un cielo ensangrentado, buscaron cobijo en una de las aldeas que ofrecía el camino y, se decidieron por una casa que contaba con un pequeño establo para poder resguardar sus monturas. De  la entrada de la vivienda, colgaba una guirnalda de rosas negras, una vieja tradición del lugar para guardar luto. Ser Argyll llamo a la puerta y, un hombretón de mediana edad con espesa barba y mirada dura, los recibió con desconfianza.

   -Saludos  lugareño,  buscamos un lugar para hacer noche con nuestras monturas.
El hombre contestó adustamente.

   -No encontraréis quien os acoja, el señor de estas tierras marchó hace días y,  la única posada que hay esta cerrada, el posadero la abandono.

              -Compartiremos nuestras viandas y pan blanco con vosotros además de pagaros dos ecus si nos dais cobijo para esta noche y alimento para nuestras monturas, somos Alguaciles del Justicia mayor de Lyonesse, nos dirigimos a Vertiach en el bosque de Ardén-. Insistió Ser Argyll.

     El hombretón barbudo permaneció inmóvil unos segundos, desconfiando ante aquellos dos desconocidos caballeros, hasta que  después de arrascarse la entrepierna y mirar por encima de ellos habló de manera brusca.

   -Vuestro pan blanco será bien recibido en esta casa, al igual que vuestra noble compañía, mis hijos se ocuparan de vuestras monturas.

   Tras instalarse y asegurarse que sus animales quedaban atendidos, los caballeros salieron del establo hacía la casa. Las sombras del anochecer  habían cubierto el  rojo atardecer  y, una espesa niebla amarilla se estaba levantando y amenazaba con envolverlo todo.
   La casa como había imaginado Ser Argyll, era una estancia modesta, pobremente iluminada, por una lámpara de aceite y algunas velas, que la dejaban en un estado de semipenumbra. Resulto que su barbudo anfitrión guardaba los bosques del señor de aquellas tierras. Angus que así se llamaba el hombre, tenía una familia numerosa, compuesta por: Dos zagales en edad casadera, una niña de 10 y otra de pecho, que sostenía su esposa en su regazo, una mujer entrada en carnes, que llevaba el pelo cubierto por un pañuelo de franela y, que  a pesar de sus esfuerzos, sus modales agradables no podían ocultar la profunda tristeza que reinaba en sus ojos arrasados.

     El triste semblante de Angus se ilumino con sincera alegría, cuando recibió, el pan blanco y el odre de vino  del valle de Morceux traído por los caballeros. Durante la cena Ser Argyll intento recabar información sobre la plaga, pero Angus se mostró molesto con el tema y tan solo les conto que la plaga había llegado hasta la aldea hacía una luna, contagiando familias enteras, muriendo extenuados en pocos días todos los que enfermaban.

     A pesar de la pena impregnada en los habitantes de la casa, la cena transcurría animada.

   ¡Pom! ¡Pom! ¡Pom! Alguien llamo con fuerza a la puerta.  Sintiéndose seguro por la presencia de los caballeros, el anfitrión gritó bruscamente.

      -¡Adelante esta abierta!

            ¡Pom! ¡Pom! ¡Pom! Volvieron a golpear la puerta pausadamente y el anfitrión se levanto a la vez que gritaba.

      -He dicho que puedes pasar a mi casa.

   La puerta se abrió y, un hedor frio y húmedo inundo la estancia, estremeciendo a todos los presentes.

      La figura delicada de una doncella de aspecto lánguido apareció en el dintel, permaneciendo en él unos segundos observando a la sobresaltada  familia de Angus  que parecía asustada. Lucía un vestido de gasa blanco con mangas anchas, modesto pero solemne, que marcaba el contorno de su delgada figura. Ser Argyll fue el único que se levanto para saludarla y a pesar de no ver bien en la pálida luz de la estancia, le pareció que la joven doncella era dueña de una extraña belleza que helaba la sangre, lo que también debió de parecerle al resto de los comensales, porque cuando la doncella apareció, todos quedaron en silencio. La joven paso dentro sin mediar palabra y sus ojos se deslumbraron como carbones rojos, apoyo una de sus delicadas manos sobre el hijo de Angus sentado frente a él, que huyo despavorido de su sitio, ocupándolo ella ante la conmoción de Angus y su familia que la miraban horrorizados. Sin entender nada y, viendo la reacción que había provocado la aparición de la misteriosa doncella, Ser Argyll preguntó. 
                   
   -¿ocurre algo, Angus?

   -Nada mi señor -contesto  acongojado esté  con la mirada desencajada.

     Teniéndola sentada cerca,  Ser Argyll, se reafirmo sobre la  belleza que poseía la doncella, pues a pesar de su rostro ojeroso y, su aspecto pálido y desnutrido, su presencia parecía iluminar la pálida habitación. Llevaba el cabello ligeramente enmarañado recogido en unas trenzas unidas en la parte delantera de su cabeza, coronada con un tocado de rosas negras algo secas. Miraba de manera desafiante.

     Tras sentarse justo enfrente del anfitrión en silencio, mantuvo sus ojos fijos sobre el rostro de este,  hasta que pasados unos segundos que se hicieron interminables, se encogió,  como si un mal la acechase y su rostro  se arrugo de angustia. Se recompuso y su rostro  recobro  la perfección de una estatua de mármol, volvió a mirar fijamente a Angus y de sus labios carnosos rosados, surgió con dulzura diabólica una voz casi en susurros, como en un lamento.

      -Te he echado tanto de menos.

   El anfitrión con una mirada de horror y  pena  abrió la boca asombrado y, del ojo
izquierdo broto una lágrima, que resbalo por su rostro visiblemente emocionado, hasta que se perdió en la espesura de su barba. Tras lo cual la doncella se levantó y se marchó, cerrando tras de sí la puerta y dejando a todo el mundo de la habitación consternado. La mujer del anfitrión y alguno de sus hijos rompieron a llorar. Ser Argyll volvió a preguntar.

      -¿Quién era esta misteriosa doncella?

Con los ojos empapados el anfitrión se dirigió al caballero.

      -¿Creéis en el más allá?

      -Me he topado con lo inexplicable más veces de lo que hubiese deseado.

      -La doncella a la que habéis visto era mi hija Isolina, a la que enterramos hace una semana, viene a llevarme con ella, me anuncia que mi muerte esta próxima.

      -¿Cómo dices? –Pregunto con los pelos de punta Ser Argyll.

      -En  Mousillon, si te visita un familiar difunto, basta con que te mire o te dirija una palabra, para que tu muerte se produzca en pocos días.

      -¿Tratas de engañarnos campesino? No estáis en Mousillon, hace años que estas tierras pertenecen al ducado de Lyonesse –replicó encolerizado Ser Marcell.

      -No miento, Por favor tenéis que ayudarnos, ella regresara y acabara conmigo y  con toda mi familia –Gritó desesperado.
      
     Ser Argyll desconfiaba de las palabras de Angus, dudaba en creer a aquel plebeyo, pero aquel hombre y su familia estaban aterrados.

       -¿Cómo murió vuestra hija?

      -La enfermedad la consumió.

      -Como Alguacil tengo potestad para llevaros ante el duque si me estáis mintiendo. Pero si es verdad lo que decís, os doy mi palabra de que no os reuniréis con ella, no creo que vuelva a aparecer esta noche, aún así todos dormirán en esta habitación, Ser Marcell y yo haremos turnos de  guardia por si apareciese de nuevo y, mañana al despuntar el sol saldremos a esclarecer estos hechos.

   La noche transcurrió serena, alterada tan solo, por unos aullidos lejanos y la inquietante niebla que envolvía la casa.

   A la mañana siguiente, con ojeras en sus rostros, Angus y los Caballeros, se pusieron en marcha hacía el  cementerio del pueblo, un camposanto de tamaño considerable, pues recibía los muertos de varias poblaciones de alrededor, ya que contaba con el  único templo de la comarca, consagrado al dios Mórr. El templo que flanqueaba la entrada al cementerio, tenía un arco en la entrada, que imitaba las puertas del Jardín de Mórr. Un huesudo sacerdote que oficiaba un entierro, los miró al pasar inquisitivamente.

   Caminaron  en silencio  por el lúgubre cementerio, hasta que llegaron a una sencilla lápida,  con el nombre de Isolina inscrito en ella. Empezaron a cavar, hasta que el ataúd de madera quedo al descubierto. Ser Argyll agarro su espada temeroso, cuando Angus comenzó a quitar la tapa del féretro. Todos se sobresaltaron al ver la tumba vacía. Angus totalmente ausente y abatido dijo con gran pesar.

      -Os juro por Shallya que la enterramos aquí  mismo, mis hijos me dijeron que habían oído ruido bajo la tierra de su lápida, pero no los escuché.

Resistiendose a creer en todo aquello, Ser Argyll contestó en tono amenazante.

       -Si esto es una chanza responderás ante el.......

      -No miente, dice la verdad, su hija es una rediviva –era el sacerdote que habían visto oficiando el entierro, un hombre con la cabeza afeitada y abundante barba desaliñada, vestido con una modesta túnica negra, cargaba a su espalda un saco y llevaba colgado un rosario con el símbolo de la guadaña, lo que junto con sus ojos hundidos y su rostro cadavérico, le daba el aspecto tenebroso de ser un emisario de la muerte.

   -¿Cómo estáis tan seguro? -Pregunto Ser Argyll.

   -Como sacerdote de Mórr, es mi obligación al igual que la de vos como caballero, combatir la maldad en todas sus formas. No es la primera vez que los muertos vuelven a la vida en esta parte del reino, ya lo hicieron con el duque rojo. 
Angus imploro desesperado tirándose de rodillas.

   -¡Padre ayudarme! ¿Qué podemos hacer para que su alma descanse en los jardines de Mórr?
   - Debemos encontrar su cuerpo para liberar su alma con el descanso eterno.

   -¿Pero cómo la encontraremos? –Pregunto Ser Argyll, con reticencia.

   -La buscaremos con vuestras monturas, pero hemos de darnos prisa el camposanto es grande y se acerca el crepúsculo.

   Siguiendo las instrucciones del sacerdote, los dos caballeros pasearon sus monturas por el cementerio, haciéndolas pasar por encima de las tumbas. A la altura de un pequeño panteón, el caballo de ser Marcell se negó a seguir, encabritándose de terror.

   -Es el panteón de la familia de mi Señor -Dijo Angus.

   -¿Ha muerto alguien de la familia recientemente? –Pregunto el sacerdote.

   -Si padre, su primogénito.

   - Victima de la epidemia supongo.
   
   -Si padre, cuando murió, mi señor abandono estas tierras por miedo al contagio.   

   -¿Cómo se llamaba?

   - Lord Cédric de Olbiac.

   -Bien, vamos a entrar, dejar aquí los caballos.

   -¿Cómo estáis tan seguro que Isolina esté ahí dentro? –Preguntó Ser Argyll desconcertado.

   - los caballos se ponen nerviosos ante la presencia de depredadores, pueden
sentirlos,  incluidos los vampiros –Contestó con los ojos encendidos.

   -¿Vampiros? –Repitió sorprendido Ser Marcell agarrando su colgante de la Dama.

   -Las dudas os desaparecerán cuando muestre su cuerpo incorrupto.  ¿Angus recordáis si antes de llegar la epidemia visito a vuestro señor, una Dama de belleza inolvidable que viajaba en un extraño carro tirado por bueyes?

   -Si, mi señor recibe pocas visitas, Lady Jane era su nombre, era muy bella como decís, paso unos días en la casa de mi señor.

   -¡Lady Jane! su oscuro rastro me llevó hasta aquí, ella es la causante de este mal.

   -¿Ese  carruaje, es un diligencia negra tirada por cuatro bueyes? –Preguntó Ser Argyll.
   -¿lo habéis visto?

Ser Argyll evoco el rostro de la dama de exuberante belleza que los sonrió desde la oscura diligencia.
   -Ayer, al ponerse el sol. La Dama de la que habláis viajaba en él.

     El sacerdote les contó que llevaba años persiguiéndola. Lady Jane aprovechaba las tierras afectadas por la epidemia, para pasar desapercibida. También les habló  que las primeras victimas de los no muertos eran sus familiares vivos, a los que visitaban en primer lugar  y de la manera de combatirlos. Después entrego de su saco, hachas de mano, mazos y estacas.

     Una suave brisa de aire corrompido los sacudió cuando abrieron la puerta del panteón haciéndoles  retroceder y, la luz del atardecer iluminó parcialmente las sombras de la estancia, dejando ver entre penumbras, grandes tumbas de mármol esparcidas por la sala y nichos alrededor, de los que sobresalían ataúdes. Con el corazón encogido, buscaron en la semioscuridad de la cámara funeraria, el ataúd con el nombre de Cédric Olbiac.

   -Aquí esta- Susurro el sacerdote.

     Todos se acercaron a un ornamentado féretro de mármol de grandes dimensiones, de un metro de altura, un escalofrió de terror les subió por el cuerpo, cuando levantaron la tapa con cuidado y un hedor espeso a matadero los envolvió, obligándoles a cubrirse repugnados. En la amplia tumba yacía Isolina abrazada a un joven ataviado con ropa de gala, ambos parecían dormir profundamente.

   -Mirad las evidencias de su naturaleza –Dijo el sacerdote señalando la tumba.

     A pesar de la semioscuridad, se vislumbraba el  bello rostro rosado y lleno de vida de Isolina, tenía un aspecto más sano y vigoroso, que el cuerpo desnutrido mostrado la noche anterior, sus labios habían adquirido una tonalidad más roja,  sus zapatos estaban manchados de barro y unos hilillos de sangre fresca manchaban la comisura de su sensual boca y su vestido de gasa blanco. Angus reconoció el cuerpo del joven Olbiac y lo sacaron del féretro, depositándolo en el suelo. El sacerdote les mostro los colmillos puntiagudos del joven levantándole sus labios.  Angus salió de su ensimismamiento y recuperando su mirada dura y penetrante, cogió el martillo y la estaca metálica ofrecida por el sacerdote.

   -Hijo de perra, mi hija.........

     Empuño el mazo y golpeo repetidamente la estaca  como si  le hubiera poseído el mismísimo Sigmar. El cuerpo del joven Olbiac  se convulsiono en un último estertor y dejo escapar un gemido inhumano mientras la estaca se hundía en su corazón, poseído por la furia arrebato el hacha que sostenía un aturdido Ser Marcell petrificado de terror y, de varios golpes cerceno la cabeza del joven, después con el rostro salpicado de sangre negra miró al sacerdote e imploro.

   -¿No hay otra manera padre?

   -Hijo mío tenemos que liberar su alma atrapada en este cuerpo perdido que la retiene, sino te ves capaz yo atravesare su falso corazón desprovisto de humanidad.
Tras colocar el cuerpo de Isolina en el suelo, el sacerdote coloco la estaca sobre su pecho y susurro.

   -Que Mórr ilumine tú camino hasta su jardín ¡Muere en paz!

      Isolina abrió sus ojos que brillaban como discos de fuego de par en par, cuando la estaca atravesó su corazón, emitió un chillido agudo que les sobrecogió. Ser Argyll levantó su espada para decapitarla, pero el sacerdote le sujeto el brazo diciéndole.

   -No ultrajaremos más su cuerpo hasta que su padre la deposite en su tumba.

     Con lágrimas en los ojos, Angus tomo a su hija y la acuno entre sus brazos, mientras su vida se le escapaba y el brillo de sus ojos rojos se iba apagando. Cuando todo acabo, su rostro  se ilumino lleno de paz. Con una delicadeza conmovedora, levanto el cuerpo inerte de su hija, le cubrió con un tierno beso en la frente y,  marchó tristemente para volver a depositarlo en su tumba.

     Cuando Angus hubo salido del panteón, el sacerdote ayudado por Ser Argyll, devolvió el cuerpo del  joven Olbiac colocándolo boca abajo en su féretro, para indicarle el camino al inframundo. Después puso su cabeza decapitada sobre su espalda, llenó su boca de patas de cuervo y, rociando la tumba de rosas púrpuras de Mousillon, para protegerlo contra cualquier magia nigromántica, sentenció.

   -Nunca más volverá a levantarse.