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Mi relato Ganador: Paso de Armas.

Iniciado por VIRIATO, 29 sep 2011, 16:48

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VIRIATO

Buenas, pues aquí os dejo un relato con el que he conseguido ganar el concurso de relatos en una página similar a esta pero centrado en Warhammer (Warhammer aquí), espero que os guste, trata sobre un caballero novel bretoniano y una justa de honor de por medio.



[left]"¿Qué es la vida? sino una lucha constante sin tiempo para el descanso" Trovador anónimo bretoniano
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         [size=8pt
]"El castellano de Edelnert, era un viejo Lord que había quedado viudo hacia años y nunca volvió a  desposarse rondaba  medio siglo de vida y no tenia hijos varones, tan solo  una hija llamada Adeleé, una doncella a la que había tenido que educar solo, concediéndole mayores licencias de las que hubiese querido.

Hacía tiempo que el joven caballero ser Valliant de Alber´t, segundo hijo del Conde de Lussyl, pretendía la mano de Adeleé. El viejo castellano se opuso al matrimonio, pues tenía la esperanza puesta en un enlace de mayor alcurnia para su única hija, más aún, cuando el joven Valliant perdió un ojo en un torneo por la astilla de una lanza, pero Adeleé amaba a aquel muchacho y, ante la insistencia de ambos, el viejo castellano puso una condición para ceder la mano de su hija. Ser Valliant  debía levantar un"Paso de armas"en el puente de Trevaliere, principal acceso al castillo de Edelnert, y defenderlo contra cualquiera caballero que intentase cruzarlo, debiendo permanecer invicto durante 10 días.

Tras ocho días de envites defendiendo el puente, los lugareños le apodaron el tuerto enamorado".


        Eran conocidos como los alegres compañeros, aunque bien podrían haberse llamado los alegres pendencieros, pues así se comportaban, como viles pendencieros, ya que como todos
los caballeros noveles de Bretonia no dejaban de meterse en líos ni de crear problemas. El joven Guilles de Poulling, un caballero novel de poco más de veinte años, era su líder.Los alegres compañeroseran un pequeño grupo de jóvenes caballeros noveles formado por hijos segundones, al igual que Guilles, sin  rentas por heredar o primogénitos con hazañas por cumplir, se habían ido encontrando por el camino y se habían hecho inseparables en sus correrías.

         Guilles odiaba esta estación del año; en invierno no había bandas de orcos a las que perseguir, pues con los pasos  cortados por la nieve se ocultaban en sus inaccesibles montañas y los hombres bestias permanecían esperando la primavera en lo más profundo de sus bosques. La incómoda lluvia se metía entre las ranuras de la armadura y había que cabalgar durante todo el día con la ropa empapada  por los caminos embarrados, esos peligrosos caminos por los que malvivían,  buscando aventuras y hazañas o cobijo de la lluvia.

Los grandes señores no celebraban justas ni torneos a los que ir, en los que granjearse fortuna y gloria, pero en el Ducado de Aquitainne los nobles no dejaban de intrigar entre ellos y librar guerras ocultas, y ese era el tipo de servicios a los que tenían que recurrir en esta estación del año.

        Aquella mañana, bajo un cielo plomizo salpicado de nubes grises, los Alegres Compañeros arribaron hasta el puente de Trevaliere, que dominaba la entrada a la aldea del mismo nombre. La quema del molino de aquella viuda con pechos generosos les había llevado hasta aquel puente. El señor del molino, un viejo Lord, les había dado caza esa misma noche en una taberna, a  apenas unas millas del molino. El viejo Lord les había obligado a hacer aquel encargo, a cambio de quedar saldada la fechoría del molino.

Guilles se detuvo a la entrada del puente y un joven paje, montado en un palafrén vestido con los colores de su señor, le salió al paso.

                -Saludos caballeros-dijo un imberbe muchacho inclinando la cabeza-. Os informo que mi señor, Ser Valliant de Alber´t, segundo hijo del Conde deLussyl, se encuentra guardando este puente y todo caballero que intente cruzarlo  deberá batirse con él, y derrotarlo.

                    -Decidle a Lord Alber´t, que Ser Guilles dePoullingconoce y admira el noble motivo que le ha llevado a guardar este paso de armas y que  vengo a pelear con él.

                -Os informo Ser, que mi señor lleva más de una semana librando lances contra diferentes caballeros y que hasta ahora, la Dama ha querido que saliese de todos victoriosos.
               
               -Ahórrate la palabrería zagal, veamos si tu señor conserva el favor de la Dama.


                -Nada tiene que ver la Dama con la habilidad de mi señor-dijo alzando la voz el paje antes de inclinar la cabeza y volver grupas.


                -¡Tiene agallas el pichón!- dijo el socarrón de Francois, un miembro de losalegres compañeros. A lo que Guilles contestó con una afirmación de cabeza, mientras veía alejarse al paje hacía el puñado de tiendas instaladas pequeño prado del otro lado del puente y detenerse en una de ellas.


        Tras unos instantes, un grupo de aldeanos que allí había reunido, prorrumpió en aplausos y vítores, cuando un caballero vestido con armadura completa, salió de la tienda en la que esperaba el paje. El caballero  montó en un caballo engalanado traído por los ayudantes del campamento y le hizo una señal con el brazo a Guilles, para que cruzase el puente.

        Cuando Guilles cruzó con su pequeña comitiva  el puente, ser Valliant les esperaba en el pequeño prado, ya preparado sobre su montura. Lucía una magnífica coraza esmaltada en negro, con el morro del  yelmo  en forma de pico de águila y esmaltado en plata, imitando su heráldica, símbolo de su casa y escudo de armas (Un Águila en sable de cara con la cabeza girada de perfil  hacía la diestra, con las alas abiertas, picada en plata sobre campo púrpura). Su caballo, un magnífico corcel alazán, llevaba un crestón en forma del águila de su señor, un revestimiento en la crin, testera y cota de malla ligera, recubierto todo con una gualdrapa con las armas de su señor; mientras que Guilles llevaba su vieja armadura gris, entregada por su padre hacía ya tres largos años. Su escudo, al igual que su sobreveste, lucia sin muebles de manera austera el color sinople de su familia, de acuerdo a su condición de caballero novel. Guilles pensó que no seria la primera vez que un caballero novel derrotaba a un caballero de más alto rango y deseó que no fuera la última. Se situó frente a su rival a unos cien metros de él y esperó impaciente la señal del paje para iniciar la justa.

        Siempre que participaba en una justa, su mente viajaba hasta Arnnes, el pequeño feudo de su padre y, retrocediendo algunos años atrás, recordaba el estafermo con el que su padre les hacía practicar a su hermano y a él.
Su hermano era el primogénito y por ello había sido nombrado caballero del reino a los pocos meses de su partida, desposándose y convirtiéndose en Lord, sin haber hecho ningún mérito para ello, mientras que él, que siempre se mostró más diestro, seguía en su periplo errante como caballero novel, por el mero hecho de haber nacido un año más tarde que su hermano. Recordó las palabras de su padre el día de su partida, "La Dama compensó el orden de tu nacimiento con tu habilidad con las armas". Y una vez más deseo que fuesen sinceras.

        El paje dejó caer su brazo y Guilles bajó su visor e inició al trote la carga, asiendo con fuerza su escudo y su lanza de fresno de doce pies, clavó nervioso sus espuelas en los flancos de Coraje (su montura).  Durante la carga Guilles se esforzó para tirar de las riendas hacía su derecha para presentar a su rival su lado izquierdo protegido por su escudo y, alejarse lateralmente algunos pies de su enemigo, ya que al no haber barrera que separase a ambos contendientes, temía que pudiera chocar contra su oponente embistiéndose  frontalmente, lo que solia producir alguna rotura de huesos. Cuando se encontró a unos cincuenta metros de Ser Valliant, se fijó que su escudo iba algo bajo. Puso aCoraje al galope para conseguir  mayor impulso en el choque, se levantó sobre sus estribos y se apoyó sobre la silla arzonada, giró su muñeca para dirigir la punta de la lanza de justa acabada en tres puntas romas de hierro y se preparó para el impacto.

Un clamor estalló en el prado cuando uno de los caballeros cayó al suelo de manera aparatosa.

        Tendido de espaldas en el suelo, con la mirada perdida, a través de la ranura del visor, en las nubes con extrañas formas, Guilles  oía de manera amortiguada por el yelmo, la ovación del público. Tras una pausa que duró unos instantes, consiguió trabajosamente ponerse en pie. El calor y la falta de aire dentro del yelmo se le hicieron insoportables. Sintió un agudo pinchazo en el hombro izquierdo cuando se quitó el yelmo y lo arrojó al suelo con fuerza, mientras prorrumpía con la voz rota.


                 -¡Maldito seáis, os exijo seguir con el combate o cruzaré este maldito puente aunque sea a rastras!-. Y dirigiéndose a sus servidores estos le acercaron su espada. Tras lo que permaneció de pie, cubriéndose tras el escudo embrazado y empuñando la espada de manera desafiante frente a Ser Valliant, esperando a que arremetiese. Pero  Ser Valliant  se mantenía sobre su corcel con una postura relajada.

        Normalmente la justa solía acabar cuando uno de los contendientes solicitaba el fin del combate al  estar en clara desventaja frente al otro, como Guilles se encontraba ahora, pero el código de caballería decía que mientras el combatiente en desventaja no reconociese su derrota, el adversario que llevaba ventaja en el combate estaba obligado por cortesía, a seguir con él, pero no a lo que estaba a punto de hacer Ser Valliant.


      A Ser Valliant no pareció sorprenderle la actitud de Guilles. Sin mencionar una palabra, tiró su lanza partida al suelo y, haciendo un gesto con la mano, se acercaron a él tres pajes con librea de su casa para ayudarle a desmontar del corcel de guerra bretoniano. Los pajes se llevaron al caballo y le proporcionaron una espada, en medio de la reprimenda de uno de ellos ya entrado en años, que se oponía abiertamente a la actitud de su señor. La multitud allí congregada rompió en aplausos y vítores ante aquel gesto de pura nobleza caballeresca.

Ambos caballeros, acorazados de pies a cabeza,  permanecieron observándose, en guardia uno frente al otro durante un pequeño espacio de tiempo. El valiente gesto de Ser Valliant había tocado el orgullo de Guilles, que dejó que su corazón se envileciese un poco más alimentando el odio que albergaba dentro de él y, dejándose llevar por la ira, cargó contra tan noble oponente.

El tintineo del  entrechocar de los aceros contrastaba con el ruido seco de la espada al golpear contra el cuero de los escudos. Guilles lanzó tres mandobles contra su rival, uno de ellos hacia la máscara inexpresiva que era su yelmo, pero Ser Valliant los paró todos, anteponiendo acero y roble, y tras esquivar una estocada profunda lanzada por Guilles, tomó la iniciativa. Atacó el hombro malherido de Guilles, que a duras penas sostenía su escudo. En dos ocasiones la espada de Ser Valliant mordió la coraza de Guilles, que aunque vieja se mostró resistente. Viéndose superado, Guilles se abalanzó con toda su fuerza sobre su enemigo, para forcejear con él. Se sorprendió al comprobar que Ser Valliant cedía con facilidad a su empuje. Pero Ser Valliant golpeó el rostro de Guilles con un guantelete, rompiéndole una ceja.

Guilles cayó de rodillas de puro dolor, con una mano en la ceja abierta tiró una estocada desesperada totalmente a ciegas. Pero Ser Valliant se había retirado una vez más de manera caballerosa, dando un paso atrás.

Guilles permaneció de rodillas, tapándose con fuerza la sangrante herida de la ceja, mientras su rival seguía a unos pasos frente a él,  ladeando el yelmo de un lado a otro de manera negativa, como implorándole para acabar con aquello. Por unos instantes sopesó dar por terminado el combate, diciendo las palabras  liberadoras, "Me rindo". Pero Guilles se levantó, empujado por su orgullo, por la soberbia que envuelve la juventud y por su odio a un sistema injusto que daba todo al primogénito y nada a los restantes sin importar sus aptitudes y los obligaba a penar errando, convirtiéndoles en viles pendencieros, obligándoles a servir en ocasiones  a señores indignos, despojándoles de todo honor, para alcanzar el tan ansiado nombramiento de caballero del reino.

        Guilles se deshizo de su escudo, miró disimuladamente para asegurarse que llevaba su daga atada en la cadera derecha y, tras trazar con su espada una línea en el suelo delante de él, la asió como si de una lanza se tratase, con la mano izquierda hacía la mitad de la hoja, mientras la empuñaba con la derecha. Puede  que en aquel momento, Ser Valliant fuese consciente de que el combate solo acabaría con una muerte, porque sin esperar más, se abalanzó descargando con fuerza un mandoble sobre Guilles, que esquivó dando unos pasos atrás, logrando que Ser Valliant perdiese el equilibrio trastabillándose, Guilles lo aprovechó estocando con su espada, logrando hacer caer al suelo de bruces  a Ser Valliant, dejando esté la espalda descubierta. Guilles dejó caer su espada y se echó sobre su rival, aprisionándole contra el suelo y, tras desenvainar su daga mantuvieron un intenso forcejeo durante unos instantes, hasta que la hundió en la axila derecha de Ser Valliant, notando como la cota de mallas que la protegía cedía al empuje de su hoja, mientras Ser Valliant  trataba de moverse desesperadamente. Unos gritos se alzaron de entre los hombres de armas de Ser Valliant. Guilles siguió moviendo la daga alojada en el cuerpo de su rival, hasta que esté dejo de moverse.

Tras unos latidos de corazón, Guilles giró el cuerpo de tan noble rival y vio apagarse el brillo de sus ojos  a través del visor de su yelmo. Así permaneció unos instantes, observándole.  Cuando cayó en la cuenta de que a través de la ranura había dos ojos, recordó que el viejo Lord le había dicho que ¡Ser Valliant era tuerto!

El rostro de Guilles se contrajo compungido, notó como le subía un escalofrío por la espalda y un sabor amargo por la garganta.  Guilles  levantó el visor del yelmo de Ser Valliant, descubriendo el delicado rostro de una doncella con el rictus inmóvil, en un claro gesto de dolor.

Aturdido Guilles vio acercarse al joven muchacho que momentos antes le había hablado de manera descarada en el puente.



                 -¿Quién es esta doncella, zagal?-se oyó preguntar  temeroso de la respuesta.



                 -Es Lady Adeleé, la hija de Lord Edelnert-Contestó el joven con lágrimas en los ojos.





                                                *                 *                 *                 *                                         





        Por la noche nada podía calmar su sentimiento de vacío, de vergüenza. Echado en el catre de su tienda con el brazo en cabestrillo, pensaba que todo cambiaria al día siguiente, donde descargaría su frustración encima de  alguna ramera y bebiendo vino con sus compañeros.



                 -Ser, un caballero desea veros-era la voz de su paje.



                 -Hazle pasar Wyles.



     Antes de que Guilles se hubiese incorporado en el catre, un joven algo mayor que él, entró en la tienda de manera aparatosa balanceándose sobre su pierna derecha que llevaba vendada. Su brazo derecho permanecía apoyado en una muleta y sostenía una espada envainada en la mano izquierda. Una tela de terciopelo púrpura le tapaba  un ojo. Su rostro sombrío, como las penumbras que proyectaban las velas de la tienda, estaba cubierto de una barba espesa pero cuidada, del color del fuego. Con su único ojo mantenía una mirada severa sobre Guilles. Lucía una sobreveste de terciopelo sobre un jubón, con los colores de su casa, un Águila en sable con el pico en plata sobre campo púrpura.



                     -Saludos Ser Guilles, Soy Ser Valliant deAlber´t, hijo del Conde deLussyl.



Antes de que Guilles sorprendido pudiese decir nada, Ser Valliant alzó la mano de la espada y continuó.

                        -No os levantéis, No quiero estar aquí mucho tiempo, pues no me es grata vuestra presencia, vengo a entregaros la espada deLady Adeleé-su voz se quebró al pronunciar su nombre-. Mi señora me hizo prometer el día que le entregue la espada, que la entregaría si  sucediese al caballero que la venciese en singular combate, vos la vencisteis.

                         -Lleváosla, no la merezco, ella mereció vencer.



                 -En eso estamos de acuerdo, pero era su voluntad, Tomad la espada, respetad su última voluntad-antes de que Guilles hablase le lanzó la espada sobre las piernas-. Recogerla si queda en vos  alguna pizca de honor.



                 -¿Comó puedo llevar el arma de tan noble rival?

                     -Haceos merecedora de ella Ser-Dijo Ser Valliant mientras se daba la vuelta para marcharse.



                 -Ser Valliant ¿Por qué permitisteis que  ocupase vuestro lugar Lady Adeleé esta mañana?



                 -Vos sabéis que los matrimonios en bretonia son apalabrados. Incluso para un noble de mi posición es difícil casarse siendo un segundón y más por amor, pero nosotros nos amábamos. Llevaba una semana librando justas y en todas me mantuve invicto, defendiendo ese maldito puente. Pero ayer en un lance cargué contra mi oponente golpeándonos ambos las piernas, la Dama quiso que mi rival cayese al suelo con lo que vencí el duelo, pero yo me había roto la pierna. Quedando tan solo dos días para cumplir las exigencias de su padre, Adeleé me convenció para tomar mi lugar. Al ser su única descendiente su padre le permitió caprichos de varón, convirtiéndose en algunos casos en el hijo que nunca tuvo.

                        "Si algún día os vuelvo a ver por el ducado vendré a mataros Ser, sino  os mata antes el padre de Adeleé. Únicamente estó-. Dijo señalando la muleta- me impide que no lo haga ahora.



                -Ser Valliant, el castellano de Edelnert me envió para pelear con vos.



                -¿Cómo decís, Ser?



                -Su padre me envió para que os derrotase.



                     -¿Tanto me odia ese viejo?


        Y salió de la tienda con su paso oscilatorio, dejando a Guilles solo, mirando la espada de doble filo sobre sus piernas. Era una hoja de noble acero, como lo había sido su dueño, digno del mejor trabajo de enanos. El pomo acababa rematado con la cabeza de un Aquila bañada en plata. Vio que en una cara de la hoja tenía tallada una inscripción que rezaba:Alzadme con honory en la otra cara:Convertíos en quien deseéis.

            Aquella noche, tras enviar lo que pudo reunir a una viuda molinera, un jinete abandona el pequeño campamento furtivamente, amparado en el manto de la oscuridad.

Partía por la vergüenza y el honor que aún albergaba, hacia un exilio voluntario de redención y de búsqueda de la virtud pérdida hacía tiempo, que le llevaría a recorrer todo el Viejo Mundo, desde el fronterizo Imperio, hasta la lejana Nippon.


Tardaría más de 20 años en regresar a Bretonia.[/size][/size][/size]

Gudari-ToW

Pues me lo he comido entero, y me ha gustado.

Además se agradece que no tenga el típico "happy-end".

Peter Punk