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[Campaña] IV Torneo de La Armada

Iniciado por Lu, 13 mar 2013, 19:30

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KeyanSark


Gonfrask

Bueno, la cosa es poner anecdotas de la batalla final, pero creo que no quieres recordar lo que ocurrio :P

fiz

Cita de: Von Speek en 17 jul 2013, 21:07
Ahora tienes 11 meses para pensar la campaña del año que viene :P

y queréis esperar tanto? como se nota que jugais de vez en cuando! Yo encantado de que hubiese torneo de invierno...

Von Speek

Buff, todo se verá, pero si es por jugar avisa cuando tengas libre y seguro que alguno podemos. Podríamos crear un hilo para quedadas cuarentamineras, aunque el último derivó en un inconclusa campaña narrativa xD

KeyanSark

Del que no me olvido, pero ya sabes...

Lu

Después de la tormenta...
[/b]

La nave del Gran Inquisidor salió de la Disformidad cerca de Pharus... o más bien, cerca de lo que quedaba de Pharus. El pequeño planeta, antes una señal de repetición del Astronomicon y una baliza para dirigir el tráfico de los astilleros del sistema, parecía que había sufrido el impacto de un gran asteroide. Las fuerzas del Vórtice habían terminado por destruirlo durante la batalla que había enfrentado a Mor Basherkell y el maldito mil veces Hechicero.

Por suerte para todo el Imperio, el precio a pagar solo había sido el sistema de Classis Cuarta.

Pharus solo era la punta del iceberg. La destrucción en todo el sistema alcanzaba cotas inimaginables. Millones de vidas se habían perdido, tanto en soldados como civiles tratando de huir del conflicto que la disformidad había arrojado sobre ellos.
Solo Classicae y los astilleros habían sobrevivido relativamente indemnes el castigo de los invasores. El sistema de defensas orbitales había realizado su labor, y las tropas de choque de los Astartes mantuvieron entretenidos a los enemigos más allá de Seges.

El propio Seges era un ejemplo del nivel de destrucción al que se había llegado en Classis Cuarta. Otrora un mundo capaz de alimentar a todos los habitantes del sistema, Seges se había convertido en un erial. Sus núcleos de población eran incendios kilométricos, y las tropas imperiales habían rematado el trabajo para evitar que la Plaga se extendiera por el sistema. Sacrificados, los huesos de los habitantes del mundo agrícola y las cercanas estaciones mineras sonreían al cielo en una burla eterna de los Poderes Ruinosos al Imperio.

Alestus Glockber no había dejado de leer toda la información disponible de la Campaña, una y otra vez, durante los últimos ocho meses. Ocho largos meses en los que las tropas invasoras habían saqueado hasta desbandarse y ser arrinconadas o perseguidas por los refuerzos llegados al sistema.
De nuevo asegurado, el destino de Classis Cuarta era la muerte. Sin Seges ni las minas exteriores, Classicae era un mundo agonizante, y los astilleros de Navale estaban igualmente condenados.
Actualmente, el trabajo que se estaba realizando era el de salvar todo lo posible de aquel mundo y, prácticamente, trasladarlo por completo a una ubicación cercana. Los astilleros se desmontarían y se reensamblarían en otro mundo, y quizás los hijos de los hijos de los actuales habitantes y operarios volverían a trabajar en ellos.

Glockber intentaba obligarse a ver todo esto como una victoria. Amarga y envenenada, sí, pero la lucha contra el Caos siempre deja profundas heridas. El Hechicero había fracasado, y el Vórtice, así como su amo, habían dejado de ser una amenaza para el Imperio. ¿No había sido acaso ese el objetivo?

La muerte de Basherkell le pesaba como un pecado personal. Él mismo tendría que haber acudido a Classis Cuarta, pero había delegado en el Inquisidor para evitar que la verdadera naturaleza del Enemigo quedase al descubierto. Un riesgo controlado que había terminado con la muerte de su subalterno y amigo, y que había dejado parte de la misión incompleta, obligándole a enfrentarse a la masacre ocasionada.

El Gran Inquisidor descendió a los restos de Pharus. Los sistemas de soporte vital de su servoarmadura eran voluminosos e incómodos, pero necesarios ahora que la atmósfera de la estación había desaparecido.
Debía recuperar algo de toda aquella destrucción, algo que le hiciese creer que la muerte de Basherkell y de las millones de personas de aquel sistema no habían sido en vano.
Mientras recorría el campo de batalla, un terremoto sacudió la zona. Las ruinas alrededor de Glockber cedieron y una gran humareda se levantó, dejándole temporalmente ciego. Sus escoltas adoptaron una posición defensiva y escudriñaron los restos hasta asegurarse que todo estaba en orden.
- Continuemos.- oyó decir al Sargento a través del comunicador.

Finalmente, Glockber llegó a su destino. En aquel lugar la destrucción era terrible, mucho más aún que en otros puntos que habían recorrido. Su escáner, cuidadosamente calibrado por él, indicaba que se encontraba cerca. La señal era fuerte y constante.
- Quedaos aquí.- indicó a las tropas inquisitoriales que lo acompañaban. Con obediencia ciega, nadie protestó porque el Gran Inquisidor continuase solo.

Siguiendo la señal del escáner, Glockber se introdujo en una precaria zona ruinosa, llena de cadáveres. El peso de su armadura arrancaba pequeños crujidos al suelo, pero no podía parar a comprobar si toda la estructura era sólida. Necesitaba aquel objeto.
Finalmente, el pitido del escáner indicó que se encontraba en el lugar adecuado. Glockber buscó entre los restos. Dos ojos vacíos le devolvieron la mirada. Por un segundo, Glockber pensó que al otro lado de esos ojos un ser vivo estaba escudriñándolo y un escalofrío le recorrió la espalda. "Está muerto", pensó.
Los visores del casco del Marine seguían siendo intimidantes, aun apagados y muertos. Su armadura era rojo sangre, como si se hubiese bañado en ella, costrosa y vieja como el tiempo. Lo intrincado de su decoración indicaba que no era un cualquiera, y los pergaminos llenos de textos blasfemos y runas prohibidas le señalaban como un antiguo legionario, un capellán oscuro, un traidor.

- Hechicero...- Glockber apenas susurró el nombre. Conocía el nombre real de aquél hereje, por supuesto, pero no era necesario otorgarle reconocimiento alguno, ni darle un lugar en la historia.

El Gran Inquisidor se arrodilló junto al cadáver de aquel Marine Espacial. Era enorme, incluso para él que vestía una armadura similar a las de los Astartes. Aquel ser había sido tocado por los Poderes Siniestros, e incluso a través de los respiradores, su cuerpo apestaba de manera intensa.

Reprimiendo las náuseas, Glockber comenzó a rebuscar alrededor del muerto. No estaba. ¡No estaba! La señal continuaba pitando en el escáner, burlándose de los esfuerzos del Inquisidor.
Finalmente, Glockber tuvo que enfrentarse al cadáver. Debía guardarlo en algún lugar de su cuerpo. Sacó la espada de energía de su funda y se abrió paso a través de la armadura. Los ojos le lloraban por el olor y los símbolos blasfemos. Finalmente, el pecho del traidor quedó al descubierto, y con él, aquello que Glockber había venido a buscar.

- Por fin...-

La nave inquisitorial salió del sistema tal como había entrado. En la sala de mando, el Gran Inquisidor Glockber sonreía. Tras ocho largos meses, finalmente, tenía la victoria.

Gonfrask


Gonfrask

Comparar las cámaras del matazanoz Grufdork con una carnicería habría sido un verdadero insulto...para la carnicería. Había restos por todas partes, pilas de carne en descomposición se apilaban en las esquinas, donde crecían unos extraños hongos que los kanijoz kamilleros recolectaban competentemente y llevaban a una especie de cuba de fermentación que ocupaba toda una habitación lateral. Estantes y repisas colocadas de manera caótica ocupaban gran parte de las paredes, muchas estaban ocupadas por tarros de vidrio grueso que dejaban entrever lo que contenían, en su mayoría restos de cerebros tanto de orkos como de muchas otras de las razas alienígenas que el Waaagh del ArrankaKabezaz había encontrado en su expansión, y obviamente había masacrado. Algunos implantes bionikos sin dueño aún, huesos y muchísimo instrumental mediko ocupaban el resto del espacio libre. En los pocos huecos existentes en las paredes, había lo que parecían ser arneses de sujeción y grilletes, claramente destinados a aquellos pacientes especialmente inquietos pero que el doktor necesitaba que permanecieran bien quietos.
El Gemelo gruñó disgustado, aquellos implantes los habían realizado ellos y Grufdork les había asegurado que ya tenían dueño. Verlos acumulando polvo y suciedad le ponía furioso, pero en esos momentos necesitaba permanecer tranquilo, el doktor estaba tratando al otro Gemelo y no quería que un arranque de rabia hiciera que alguno de los puntos de sutura acabara en la parte equivocada del cuerpo al perder Grufdork la poca concentración que tenía. Se ajustó los implantes amplificadores que tenía por ojos desde hacía años, los cristales exteriores parecían empezar a estar demasiado arañados y le restaban visión, lo cual podía suponer un problema a la hora de usar su kañon de atake, pero aún no quería hacerlo. Tardaría horas en preparar las piezas y eso le impediría continuar experimentando con sus preciadas armas.
Una compuerta blindada se abrió y Grufdork se escurrió por ella. El Gemelo detestaba al matazanoz, era bajito y delgado, más parecido a un kanijo sobrecrecido que a un verdadero orko, sin embargo pagaba eficientemente en piñoz de buena calidad y poco picados.
- Ah...el mekaniko no ha tokado nada, ha zido obediente- otra de sus odiosas manías, la de hablarse a si mismo - Ha zido paziente- levantó la cabeza para mirarle, su gesto se torció en una sonrisa llena de dientes afilados - El Gemelo ze zalvará-
- ¿A ke koste?- las lentes brillaron amenazadoramente para dejar claras cual era su humor y sus intenciones al doktor.
- Por zer vozotroz, miz buenoz amigoz y "poveedorez"...¿komo oz vamoz a kobrar?- la sonrisa se hizo aún más ancha, el Gemelo sintió durante un instante la necesidad de borrársela de un golpe pero se limitó a apretar los puños hasta que una de las articulaciones de su guantelete derecho se quebró con un audible chasquido - Volver a kolokarle el brazo ha zido zenzillo, fue una zuerte que lo encontrara en el kampo de batalla, intente konvenzerlo para que uzara uno de zuz propioz implantez bionikos, pero no kizo...ke raro ¿no?-
- ¿Ke inzinuaz renakuajo?-
- ¿Yo? ¡Nada!- el doktor se giró y cogió un trozo de metal que se encontraba apoyado en una pared -¿Zabeiz de donde zake ezto? Del pecho de uno de los Noblez del ArrankaKabezaz- con un rápido movimiento partió la pieza, el metal estaba completamente oxidado por dentro y tan solo dos láminas de metal evitaban que se hiciera polvo - Ni para ´azer una pata-mekanika, no no no...-
El Gemelo torció el gesto ignorando los desvarios del doktor, no le gustaba por donde parecían ir las cosas. Su mente comenzó a diseñar la excusa que explicara porque Grufdork había terminado con una bala en la cabeza cuando este volvió a llamar su atención.
- ¿...no krees?-
- ¿Hrrr?-
- Amboz zalimoz ganando Gemelo, vozotroz viviz y nozotroz tenemoz implantez maz baratoz-
¿De eso se trataba? el Gemelo evitó soltar un bufido, el doktor era korto de miraz y lo uniko que quería era ahorrarse algunos piñoz a la hora de pagar por los servicios de los Gemelos. Hasta su poca ambición era ofensiva...el Gemelo forzó una sonrisa y extendió la mano.
- Trato- ambos chocaron las manos primero y las cabezas después, la manera tradicional de cerrar un trato - Ahora veré al paziente dok-
No esperó respuesta y dejó al estrafalario matazanoz hablando alegremente consigo mismo, cerró la compuerta blindada al pasar por ella, asegurándose antes que ningún kanijo se quedara en la habitación. El otro Gemelo estaba sentado en una camilla mirando su brazo reinjertado, este recuperaba el color según pasaban los segundos y de una manera eficiente estaba comprobando la funcionalidad de sus dedos.
- Lo zabe-
- ¿Zeguro?- alzó el brazo y lo flexiono varias veces, asegurándose de que su bíceps no había perdido fuerza debido al daño sufrido.
- Ez una alimañan y korto de miraz como un garrapato de letrina, pero ez aztuto- miró sobre su hombro - Debe zerlo zi ha vivido tanto ziendo tan eklenke-
- Lo zoluzionaremoz, nezezitamos que konekte un orko ¿no?-
- Y a vezez loz kanijoz no ponen bien laz kadenaz...-
- A vezez loz kanijoz...- sonrió.
Ambos comenzaron a reir mientras el doktor seguía fantaseando sobre los nuevos elementos que pronto tendría entre manos.